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Humo

¡Buenos días! En esta grisácea mañana que hace hoy os traigo uno de los relatos que llevé al encuentro de No Somos Musas. 


Este fue el relato que leyeron por mí, como os conté hace unos días, probablemente el momento más emocionante de la tarde. Por eso un enorme abrazo desde aquí a Elizabeth Duval que lo hizo y casi consigue que llore.

En realidad esto no era un relato, era el fragmento de una escena, de un capítulo, de uno de mis proyectos de novela: Los colores en Madrid. Por lo que me costó bastante adaptarlo para que se entendiese sin todo el contexto. En esta historia cuento las peripecias de un grupo de jóvenes cuyas vidas se han cruzado por azares del destino para acabar siendo eso que llamamos "la familia que se elige". Mi pretensión con esta novela era darle visibilidad a partes de la población que normalmente es acallada. Tenemos al colectivo LGTB casi al completo (falta la G, sorry), personajes no blancos, con distintas funcionalidades físicas y psíquicas... Muchos creerán que es imposible que en un grupo de amigos se junte toda esta variedad... Pero me da igual, yo lo que quería era que se acordaran de que existen y darles una historia desde la perspectiva feminista de Margarita, la protagonista. Lo he intentado hacer lo mejor que he podido y con todo mi cariño, pero como algunas de las experiencias no las he vivido (soy blanca, cis y con una funcionalidad física normativa) seguro que tengo errores. Así que si hay algún voluntario para leer estas partes en las que inevitablemente fallo yo estaría encantada de escuchar sus comentarios.

Volviendo al relato que elegí. ¿Por qué lo elegí? Bueno, como ya os conté en otro relato: Tengo que salir, Julio y Andrés son mis bebés mimados, no podían no acompañarme en un día tan importante para mí. Como autora de narrativa y ficción sé que los personajes no son creados por ti. No. Quien haya hecho un relato sabe que tú no eliges a los personajes, ellos te eligen para que cuentes su historia. Son entes con ideas propias que llegan cuando más les necesitas. Por eso quiero mucho a estos dos. Su historia, especialmente la de Andrés, llegó en un momento en el que yo la necesitaba. Por eso les quiero mucho.

¡No me enrollo más! Os dejo con el relato.

Humo

Andrés está apoyado en el alfeizar de la ventana, fumando en silencio, intentando no molestar a nadie. El humo revolotea a su alrededor, parece que fuera él quien se deshace en hollín. Julio le observa desde la cama que en la que le ha tocado dormir. Se oye la lluvia y las incansables canciones del cuarto de al lado. Pero las ignora. Quiere correr a cerrar la ventana para evitar que Andrés se escape, evitar que desaparezca. Pero se queda allí, quieto, un segundo, dos, tres… Acordándose de todas y cada una de las veces que le ha mirado en ese mismo silencio. Cada vez que ha pensado que es de humo.
            Julio le dice que apague el cigarrillo, ya no aguanta más ese ambiente. Andrés no entiende por qué pero resignado y confuso extingue la colilla en el alfeizar mojado. Su amigo le hace una señal para que se siente en el colchón. Andrés ya sabe lo que quiere así que lo hace con media sonrisa. Julio coge su móvil y apaga la luz. Él tiene una sonrisa entera. Enciende la linterna y una luz blanca les alumbra como una hoguera en San Juan. Agarra las sábanas y las echa por encima de ellos formando lo que pretende parecer una tienda de campaña. Está tan cerca de Andrés que puede todavía oler el humo.
—Eres un verdadero payaso —dice Andrés, su voz es melancólica.
            —Sabes que sí.
            —Ya somos mayorcitos para esto, Julio.
            —Nunca seremos lo bastante mayorcitos. ¿Acaso no te gustaba cuando hablábamos así de críos?
            —Dirás cuando tú me contabas todas las historias de tus amores platónicos. Parecía que debajo de las sábanas nadie te fuese a escuchar.
            —Pues claro, es una barrera infranqueable. ¿No lo ves? Todos sabemos que la franela es el material más aislante del planeta.
            —¿Y qué? ¿Estás enamorado de alguien ahora? —bromea parodiando al Andrés preadolescente.
            —Pues la verdad es que sí.
            —¡¿Qué dices?! ¿Y por qué yo no me he enterado? ¿Cómo es que no me lo has dicho?
            —Pues porque no tenía mi barrera de los secretos y todo el mundo podía oirme.
            —Ahora tengo curiosidad. ¿Hace mucho?
            —La verdad es que bastante.
            —¿Y quién es?
            —No te lo voy a contar —dice en tono jocoso —. Tendrás que adivinarlo. Si tan listo eres.
            —Te conozco bien, no será tan difícil. ¿Es un chico o una chica?
            —Es un chico. Que yo sepa. No quiero que el oído súper sónico de tu hermana escuche algo que la moleste y venga con uno de sus largos discursos sobre la diferencia entre género y sexo.
            —Vale, un chico entonces. —Andrés piensa un momento, en el fondo esos acertijos le divierten —. ¿Le conozco?
            —Sí, sí  le conoces —afirma dejando escapar una risa.
            —¿Está en nuestra clase?
            —Acertaste otra vez. Eres un máquina. Aunque no sé de qué me extraña, siempre has sido bueno para estas cosas.
            —¿Es castaño?
            —Bueno más bien tiene el pelo negro. Aunque podría decirse que es castaño muy oscuro.
            —¿Es alto?
            —Algo más pequeño que yo.
            —O sea, tenemos un chico de nuestra clase, moreno y de estatura media… Teniendo en cuenta que en clase somos 100 alumnos… ¡Es imposible adivinarlo! Podría ser cualquiera.
            —Te aseguro que no es cualquiera.
            —¿Y lo sabe él?
            —Ni lo adivinaría…
            Julio aparta la mirada de los pensativos y curiosos ojos de Andrés y la desliza por su hombro. Al hacerlo ve el antebrazo de su amigo, no quiere pararse ahí, le da miedo. Está lleno de cicatrices y costras, de heridas viejas y nuevas. Reglones torcidos de una historia que se hace cada día más larga. Ojalá él fuese suficiente para evitarlo. Pero sabe que no puede, Andrés está enfermo y él no es ninguna cura. Sabe que las cosas no son como en los libros, sabe que la depresión no se cura gracias al amor. Ojalá fuese así. Ojalá pudiese simplemente besarle, decirle que todo saldrá bien y todos esos tópicos de la literatura de adolescentes. Ojalá fuese así porque en ese caso le habría curado hace mucho tiempo.
            —¿Y se lo vas a decir? —pregunta haciendo que vuelva a elevar el rostro.
            —¿Qué? —murmura Julio escapando de sus propios deseos.
            —¿Vas a decirle que te gusta o no?
            —No… No lo voy a hacer. Esta vez no... Sería complicarlo todo más. —La risa permanente de Julio se desvanece amargamente, ya le es imposible mirarle.
            —Lo siento —susurra Andrés pensando que ha dicho algo inadecuado.
            Se escucha la lluvia pero las canciones ya han parado. Julio vuelve a mirar los brazos de su amigo, pero este debe de darse cuenta y se apresura a tirar de las mangas hacia abajo para tapar los cortes.
            —No tienes por qué avergonzarte… —habla Julio cogiendo la mano de Andrés a modo de apoyo.
            —De verdad que no quiero hacerlo. —Andrés le recuerda a un niño pequeño asustado por haber roto algo valioso —. Pero… últimamente todo duele demasiado. Duele tanto que solamente se me olvida cuando me corto…
            —Siento mucho no poder hacer nada… ni decir nada… No puedo ni imaginar lo que debe de ser —dice torpemente.
            —Solamente quiero que todo esto termine de una vez por todas… No puedo más con esto, Julio. No puedo más.
            Andrés se pasa las manos por los brazos como si tuviera frío o se abrazase así mismo. Como si é también temiese desvanecerse. Julio se percata de lo pequeño que es. Sus hombros son tan estrechos que parece un árbol joven pero con la madera hueca apunto de astillarse. La luz blanca de la linterna le da un aspecto fantasmal, su piel es grisácea y azulada. De hielo y de humo. Todo él está hecho de humo.
            Julio coge aire y valor como si fuera a saltar de un tren en marcha. Aunque eso hubiese sido más fácil y menos peligroso. Andrés parpadea repetidas veces intentando retener el dolor dentro de sus ojos. Julio se atreve a abrazarle. No es la primera vez, pero siempre le asusta la idea de poder romperle. Andrés esconde la cara en el hombro de su amigo. Las manos le tiemblan y no sabe muy bien que hacer con ellas, Julio las siente moverse erráticamente entre ellos dos. Su piel está fría, huele a alquitrán y su pelo a nicotina, esta vez no le disgusta. Como tampoco le disgusta oírle sollozar y sentir como sus lágrimas mojan su camiseta. No le importa sentir todas sus astillas clavándosele. Andrés necesita llorar casi tanto como él necesita mentirle y jurarle que a partir de ahí todo irá bien. Necesita agarrarle bien. Que no desaparezca.
            Un segundo, dos, tres…
             


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