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Tengo que salir

¡Esto me da vergüencita y a la vez me hace ilusión! 

Como dije ayer por Twitter voy a subir un relato. Espero de verdad que os guste. Me ha costado mucho decidirme. Al final he elegido este por dos motivos. Primero, porque es el más corto y por lo tanto el más cómodo para leer aquí. Segundo, porque tenía que corregir menos. Fue un relato que escribí para un concurso que celebró la asociación de Fuenla Entiende durante la semana del Orgullo LGTBI del año pasado. No gané y la verdad es que sé el porqué. Porque me pasé un poco por el forro el tema del concurso e hice esto, que es cuanto menos raruno... Así soy yo. 

El relato está protagonizado por mis niños mimados Andrés y Julio, este segundo no es que haga mucho pero bueno. Quienes vayáis al encuentro de escritoras No Somos Musas el día 31 de marzo podréis escuchar más de ellos. Ya he dicho que son mis niños mimados así que uno de los fragmentos que llevo yo también habla de ellos. 

Sin más prólogos os dejo con el relato. Espero que os guste.

Tengo que salir

Entre las sombras una voz grita, pero no consigo ver a nadie, no consigo ver nada. Siento algo fino y suave cubriéndome los ojos y todavía tardo un par de segundos en darme cuenta de que son mis propios párpados cerrados. Me da miedo abrirlos, por si todo está oscuro al hacerlo. Noto como toda mi columna vertebral se apoya sobre una superficie dura, lisa y fría. Y como mi mejilla se aplasta contra el suelo
—Andrés… —murmulla una voz que no conozco. Es suave y con un extraño deje que no deja de resultarme agradable, me recuerda a la voz de mi hermana y eso me reconforta.
—Andrés, ¿me escuchas? —dice otra.
Es verdad, ese es mi nombre, parece que es la primera vez que lo escucho después de años. ¿Qué me ha pasado? Soy incapaz de recordar nada, solo el grito y el sonido de un cristal rompiéndose. Toda mi mente está nublada, llena de bruma.
Abro los ojos. Tal vez porque creo que los dueños de esas extrañas voces pueden resolver mis preguntas. Tal vez porque por algún motivo que no entiendo mi cráneo se están llenando tanto de lágrimas y si no lo libero explotará. Abro los ojos y veo a tres personas. Dos mujeres y un hombre que me miran desde arriba como médicos en un quirófano. Llevan ropas extrañas, parecen sacados de una película sobre viajes en el tiempo, pero por otro motivo, que tampoco entiendo, no me parece algo raro.
—Ya se despierta… —susurra la tercera voz que no había escuchado antes. Es suave y ligeramente grave. Pertenece a una mujer preciosa que lleva un vestido de época.
—¿Qué hago aquí? —Logro decir, mi voz me resulta desconocida y resuena en las blancas paredes de lo que parece una sala de hospital.
—Te has suicidado, Andrés —habla de nuevo la segunda voz que me llamó, es la del hombre, no es muy mayor, pero tampoco es joven del todo.
—Bueno, lo has intentado —puntualiza la primera, la chica que me recuerda a mi hermana pequeña, ella viste de un modo actual y es tan solo una adolescente.
—¿Estoy muerto? —Vuelvo a preguntar mientras me incorporo, siento un cosquilleo en los dedos de los pies y de las manos, es desagradable.
—Todavía no. Pero no nos hemos presentado —continúa el hombre —. Mi nombre es Fernando. Me mataron a la salida de un bar porque me atraían tanto hombres como mujeres. Lo malo es que en tu época sigue pasando, como si no pudiésemos estar allí, o donde queramos.
—Yo soy Holly —dice la mujer del vestido antiguo —. Soy transexual, morí durante mi operación de cambio de sexo. Los tiempos han cambiado desde entonces, pero a mis hermanos y hermanas les quitan las hormonas, les niegan asistencia médica o les tratan como a monstruos a diario. Como si no mereciéramos una buena salud.
—Yo me llamo Marta. Igual que tú me suicidé. Fue después de que mi tío me violase porque decía que el lesbianismo se curaba así. Eso pasó hace tan solo dos años, así que sigue ocurriendo. Como si no tuviésemos derecho a una familia.
Empiezo a marearme y las palabras de los desconocidos comienzan a girar alrededor de mi cabeza como satélites. Soy incapaz de entender que es lo que dicen o porqué lo dicen. ¿Me he suicidado? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Qué diablos significa todo esto? Un sabor amargo sube por mi garganta y mis últimos recuerdos aparecen en mi celebro igual que un video. Me veo a mí mismo, sentado sobre una cama que no era la mía, en una habitación que no era la mía, yo solo. Se escuchaban voces desde el salón, pero no lograba distinguir las palabras que decían. Todavía siento el frío cristal del bote de pastillas que sostenía en ese momento.
—No… No puede ser —digo más para escucharme que para que me escuchen —. ¿Qué es lo que hice?
—Lo sentimos mucho —musita Holly.
—¿No se supone que es lo que querías? —comenta Fernando, no logro distinguir si su voz es compasiva o no.
—¡No digas eso! —Marta protesta, ahora sí que me recuerda a mi hermana —. No es tan fácil. Nadie quiere morir. Pero a veces vivir es lo que da miedo. —La chica se agacha hasta poner sus ojos a la altura de los míos —. Tienes derecho a tener miedo. Pero también tienes derecho a vivir, a estar en el mundo como quieras…
—Y aún no es tarde —dice él de nuevo —. Como hemos dicho que aún no estás muerto. Te encuentras en una especie de coma, en un trance intermedio.
—Tienes que encontrar la salida de este lugar antes de que se acabe… Aunque ninguno de nosotros lo consiguió —habla Holly con su dulce voz —. No va a ser fácil, y puede que quieras rendirte.

Los tres fantasmas me desean suerte y me dicen que no pueden ayudarme más. Salgo de la habitación asustado, mis piernas siguen dormidas y duelen con cada paso que doy. Todo lo que veo es un largo pasillo que no parece tener final, ni puertas a los lados, ni ventanas, nada… solo baldosas blancas hasta donde alcanzan mis ojos miopes. Camino intentando comprender que es lo que me ha pasado. Mi mente sigue nublada, solamente soy capaz de recordar que tengo una hermana y la imagen del bote de calmantes. Un paso, luego otro y otro más. Nada cambia a mi alrededor, empiezo a perder la noción del tiempo. ¿Cuánto llevo andando? ¿Horas?
“Quédate tú con él. No se me ocurre nadie mejor para cuidar a mi hermano que tú.” La voz de mi hermana menor resuena por las paredes del pasillo como una bocanada de aire tormentoso. ¿Con quién está hablando? ¿Quién es el que quiere cuidarme? “Yo tengo que ir a hablar con mi padre.” Continua. Al escuchar que menciona a nuestro progenitor la frente comienza a dolerme como si me hubieran golpeado en ella con una piedra. Instintivamente me paso los dedos por la frente, estoy sangrando. Mis dedos aparecen rojos y pegajosos delante de mí, las gotas se deslizan por mi rostro y mis manos hasta caer al suelo. Siento como el pulso cambia de ritmo bruscamente, se para y se acelera, se para y se acelera. Los ojos me palpitan y escuecen.
Habíamos discutido, no como siempre, era una discusión especialmente horrible. Yo había dicho algo y mi padre me había insultado. Por primera vez en mi vida tuve el suficiente valor como para contestarle y él me empujó contra la pared. Después, sangrando y tan mareado que apenas pude bajar las escaleras, me fui en busca de ayuda. Pero sabía que ese no era mi lugar. No existe ningún lugar para mí.
Recordándolo me pongo nervioso, más de lo que ya estaba, creo que más que nunca en mi corta vida. Las manos y las rodillas me tiemblan tanto que me duele, mis articulaciones parecen de madera hueca, carcomida por miles de termitas. Caigo al suelo, tengo miedo, lloro… No quiero seguir andando. No merece la pena seguir, no voy a salir de ese lugar, y no tengo motivos para querer hacerlo. Me quedaré allí como un fantasma más, como Holly, Fernando y Marta. No hay ningún lugar para mí.
“Por favor, Andrés. Despierta, te lo suplico.” Escucho desde algún punto indeterminado al igual que la voz de mi hermana. Las palabras resuenan dentro de mi cráneo como un eco e inmediatamente dejo de sollozar para oírlas mejor. “Yo no quería que pasase esto… Lo siento muchísimo. Por favor, despierta.”
—Julio —digo casi de manera involuntaria, casi hipnotizado.
“Es todo por mi culpa. Si lo hubiese dejado todo estar. Si no te hubiese besado. Todos me decían que tenía que decirte que estaba enamorado de ti. Pero tendría que haber pensado en tu situación, en que tu familia no lo aceptaría, en todo lo que conllevaría esto. ¿De qué me ha servido admitir todo lo que te quiero? Te quiero tantísimo…”
Se me para el corazón en seco, del frenazo se rompe en pedazos al visualizarle llorando. Él es quien me está cuidando, es quien me ha cuidado siempre. Y ahora llora por mí. ¿Cuántas veces habrá llorado por mí y ni lo he sabido?
—¡Julio! —grito con todas las fuerzas que me quedan en la garganta deseando que pueda oírme —. ¡Estoy aquí!
Intento incorporarme, tengo las piernas completamente dormidas y el dolor se traspasa por todos mis nervios. Pero tengo que andar, tengo que salir. Tengo que volver con él. Comienzo a correr ignorando el estado de mi cuerpo y me olvido de la herida de mi frente. Tengo que salir. La voz llorosa de Julio sigue sonando por el pasillo, pero no hay salida ni final. Tengo que salir. Pero mis piernas se niegan a responder a mis súplicas y caigo al suelo.
—¡Tengo que salir! ¡Tengo que salir! ¡Tengo que salir! —Lloro lleno de rabia, lloro tanto que creo que se me desgarran los pulmones, mis piernas no reaccionan y siento frío —. Quiero volver con él… Quiero volver con Julio… ¡Quiero vivir!
Fernando, Holly y Marta aparecen delante de mí. Están sonrientes y brillantes, mucho más que antes, casi de un modo mágico. De repente mis piernas dejan de doler, mi frente deja de sangrar y mi corazón recupera un ritmo normal, el de un reloj en hora.
—Tienes derecho a estar donde quieras —dice Fernando.
—Tienes derecho a ser quien quieras —reafirma Holly.
—Tienes derecho a vivir —concluye, finalmente, Marta.

Abro los ojos súbitamente. La luz de la lámpara me golpea en las pupilas. Pero pronto se pasa, pronto veo la cara de Julio, llena de pecas y de sorpresa. No sabe reaccionar y yo tampoco puedo hacerlo. Siento como mis labios se abren por sí mismos y busco en mi garganta.
            —Yo también te quiero.

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